martes, 21 de julio de 2015

18 de julio: el golpe de Estado que causó la guerra civil

En el plan del general Mola, cerebro de la sublevación, estaba previsto que el golpe militar estallara simultáneamente en todo el país el 18 de julio, con la proclamación del estado de guerra para neutralizar la resistencia de las masas populares y controlar los puntos estratégicos de todas las ciudades.

El famoso avión Dragon Rapide, alquilado por Luis Bolín, corresponsal del ABC en Londres, trasladaba a Franco desde Canarias a Tetuán, adonde llegaba el 19 de julio, para ponerse al frente del Ejército de África
El famoso avión Dragon Rapide, alquilado por Luis Bolín, corresponsal del ABC en Londres, trasladaba a Franco desde Canarias a Tetuán, adonde llegaba el 19 de julio, para ponerse al frente del Ejército de África
Pero el golpe se adelantó un día en Melilla, donde estalló el 17 hacia las cinco de la tarde, cuando el general Romerales, comandante general de la circunscripción oriental del Protectorado español en Marruecos, tras recibir información de que algo se tramaba, decidió efectuar un registro en la Comisión Geográfica de Límites, lugar en el que los conjurados se reunían y tenían armas almacenadas. Temerosos de que pudieran ser descubiertos, los conspiradores pidieron auxilio a una sección de la Legión, que acudió al lugar y obligó a los guardias de Asalto que efectuaban el registro a deponer las armas y a rendirse. Después, una compañía de ametralladoras y un escuadrón de Regulares de Melilla se apoderaron del aeródromo, mientras el segundo tabor de Regulares de Alhucemas partía para Melilla en auxilio de los facciosos. Al golpe en Melilla siguieron los levantamientos en las ciudades del Protectorado, particularmente en Tetuán, la capital. Pronto toda la zona pasó bajo el control de los militares facciosos, entre los que destacaban los que mandaban las fuerzas de choque, como Sáenz de Buruaga y Asensio Cabanillas, de Regulares, y el teniente coronel Juan Yagüe, que se puso al frente de la Legión. El general Romerales, así como otros muchos militares que permanecieron fieles a la República, entre otros el primo carnal de Franco, Ricardo de la Puente Bahamonde, comandante del Aeródromo de Tetuán, y Arturo Álvarez-Buylla Godino, Alto Comisario de Marruecos, fueron fusilados.
En la Península, Mola se encargaría del levantamiento de los militares y requetés en Navarra, Goded pidió encargarse de la rebelión en Barcelona, González Carrasco la encabezaría en Valencia, Alicante y Murcia, Saliquet en Valladolid, González de Lara en Burgos, y Aranda en Oviedo. Queipo de Llano se encargaría del levantamiento el Sevilla y, en Zaragoza, Cabanillas. En cuanto a los encargados del alzamiento en Madrid serían Fanjul y García de la Herrán.
En algunas ciudades como Valladolid, el alzamiento terminó triunfando, después de que el general Molero, jefe de la Séptima División Orgánica, que había rehusado unirse al golpe militar, fuera hecho prisionero por los rebeldes, cuyo jefe era el general Saliquet. Lo mismo sucedió en otras ciudades como Granada, donde el general Campins fue encarcelado y el jefe de la rebelión, el coronel Muñoz se hizo con la ciudad, o en Sevilla, donde Queipo de Llano arrestó al general Fernández de Villa Abrille, jefe de la Segunda División Orgánica, y se hizo con la ciudad, después de vencer la resistencia de las organizaciones obreras que habían hecho un llamamiento a la huelga general. Molero pasaría años en la cárcel, pero, tanto Campins como Fernández de Villa Abrille serían posteriormente fusilados.
Atendiendo a la petición del programa La hora de la República, en Radio Vallekas, de que hablara sobre el golpe de Estado del 18 de julio de 1936 contra la II República, rememoré ante sus micrófonos algunos de los principales sucesos que rodearon aquel triste episodio de nuestra historia, en el que unos militares facciosos y los sectores más reaccionarios de la sociedad española derribaron la legalidad republicana, desbarataron las esperanzas de regeneración democrática que la II República había generado y, gracias a su triunfo por la fuerza de las armas, sentaron las bases de la dictadura franquista que nuestro país padeció durante cuarenta años.
España quedó dividida en dos. En Andalucía el golpe triunfó en Granada capital, aunque no en la provincia; en Cádiz, donde el jefe de la sublevación fue el general Varela; y en Sevilla, pero las demás provincias andaluzas siguieron leales a la República, incluida Huelva hasta el 29 de julio. En Extremadura, el levantamiento triunfó en Cáceres, pero no en Badajoz. Toda Castilla la Nueva, Valencia, Alicante y Castellón y toda Asturias, excepto la capital, Oviedo, que cayó en manos franquistas, siguieron en poder del Gobierno legítimo de la República. Asturias seguiría republicana hasta su caída en octubre de 1937. También Santander, el País Vasco, Cataluña y parte de Aragón.
El golpe de Estado falló, pues. El fracaso en ciudades como Madrid, capital del país, y en ciudades como Barcelona, fue importantísimo para dar al traste con los planes de los militares golpistas. En Madrid, el general Fanjul, encerrado en el cuartel de la Montaña con otros militares y un grupo de falangistas, esperaba refuerzos para poder ocupar los puntos estratégicos de la capital, pero los milicianos y trabajadores armados que rodeaban el cuartel, obligaron a los militares a rendirse, no sin que antes éstos causaran numerosas bajas entre los asaltantes contra los que dispararon con ametralladoras, morteros y fusiles.
Aunque los rebeldes esperaban que el golpe triunfara en todo el territorio nacional, sabían que, de no ser así, aquello podría significar una guerra larga y sangrienta. Pero poco les importaba lanzar a todo el país a aquella hecatombe, con tal de lograr sus objetivos de conquista del poder y destrucción de la democracia. Tuvieron que inventarse luego la patraña de que el golpe militar había sido necesario para evitar la instauración en España de un régimen comunista, después del triunfo del frente Popular. Pero la verdad es que desde que se proclamó la República en abril de 1931, los militares facciosos, junto con la derecha monárquica, tanto alfonsina como carlista,   no pensaron en otra cosa más que en derrocarla, acudiendo desde bien pronto a la Italia fascista en busca de ayuda. El fracaso del golpe de Sanjurjo de agosto de 1932 no les disuadió de seguir adelante con el intento. Después del triunfo del Frente Popular el 16 de febrero de 1936, el derrocamiento de la República se convirtió para ellos en una prioridad.
Nombrado Comandante Militar de Canarias por el Gobierno Azaña, Franco, antes de dejar Madrid, mantenía una entrevista con los generales Mola, Villegas y Varela, en la que tomaron la decisión de acelerar los preparativos para un levantamiento, con cuyo fin mantendrían contacto permanente mediante un sistema de claves y enlaces para comunicarse. Después de esta entrevista, quedó constituida la Junta encargada de organizar la sublevación, que estaba compuesta por los generales Mola, Varela, Goded, Franco, Saliquet, Fanjul, Ponte y Orgaz. Sanjurjo fue elegido jefe del Movimiento, pero el verdadero cerebro de la conspiración era Mola, quien en sus famosas directivas o instrucciones fijaba los planes del complot y las estrategias a seguir para neutralizar la resistencia de las masas populares e imponerse por el terror. A este respecto, basta con ver lo que decía en una de sus directivas: “Es necesario crear una atmósfera de terror, hay que dejar sensación de dominio eliminando sin escrúpulos ni vacilación a todo el que no piense como nosotros. Tenemos que causar impresión, todo aquel que sea abiertamente defensor del frente Popular debe ser fusilado”.
En estas páginas desarrollo más ampliamente la reflexión que hice en este programa radiofónico que, impulsado por la Unión Cívica por la República (UCR), realizan el periodista Ángel Pasero, Juanjo Picó y José María Coronas, para contribuir a que no se olviden los inicios de la barbarie fascista que desoló nuestro país y para que los lectores de Crónica Popularpertenecientes a las nuevas generaciones los conozcan y puedan valorar debidamente la importancia que tuvo el final de la dictadura y la transición de España a un régimen democrático.
Estaba previsto dar el golpe militar, primero, en abril, y, después, en mayo, pero toda una serie de fallos en la organización obligaron a posponerlo. El accidente de aviación en el que pereció el 20 de julio el general Sanjurjo, cuando la avioneta que debía transportarlo desde Portugal a España para encabezar el movimiento rebelde, se estrelló, dejaba la vía expedita a otros jefes, en primer lugar Mola, cerebro gris del complot. Pero no fue así. Se impuso Franco, el hombre por el que apostó la Alemania nazi.
El famoso avión Dragon Rapide, alquilado por Luis Bolín, corresponsal del ABC en Londres, trasladaba a Franco desde Canarias a Tetuán, adonde llegaba el 19 de julio, para ponerse al frente del Ejército de África. Este ejército, compuesto por las tropas de choque- la Legión y los Regulares-, a las que aviones alemanes e italianos transportaron desde Marruecos a España, desempeñó un importante papel en los primeros meses de la guerra, sembrando el terror y la muerte en su imparable avance desde Andalucía a las puertas de Madrid. Pero allí no consiguieron entrar, porque entretanto las fuerzas populares, encuadradas en el Quinto Regimiento, creado por iniciativa del PCE, que sería el embrión del futuro Ejército Popular de la República, les cerraron el paso. Madrid resistió hasta el final de la guerra, convirtiéndose en símbolo de la lucha contra el fascismo.
Las cosas podían haber sucedido de otra manera y el levantamiento militar podría haber sido aplastado, si el Gobierno hubiera entregado desde el primer momento armas al pueblo para su defensa. Pero Casares Quiroga, presidente del Consejo, se negó a hacerlo, pensando ilusoriamente que se podría hacer entrar en razón a los militares facciosos. Así se perdió un tiempo precioso que ´éstos aprovecharon para ganar territorio y posiciones. Solo el Gobierno Giral, formado el día 19, ordenó a los gobernadores civiles distribuir las armas existentes entre las organizaciones obreras. La guerra empezaba. Duraría dos años y cerca de ocho meses. Pero ésta ya es otra historia.

María Rosa de Madariaga. Historiadora. Consejo de Redacción de Crónica Popular

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