(Dedicado a l@s abuel@s indignad@s de la
ínsula de Barataria)
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Grupo de Yay@flautas manifestándose en Madrid |
Ayer me abordó en la calle una mujer llamada
Charo. No la conocía personalmente. Me contó que pertenece a una asociación de
abuelos indignados y me hizo un encargo que gustosamente trataré de llevar a
cabo. Charo, junto a otras personas mayores, no se resigna a quedarse en la
cuneta del ostracismo a que son relegados muchos jubilados. Puede que sus ojos
o sus piernas no cuenten con la viveza y la agilidad que gozaron en sus años
mozos. Pero su corazón sigue manteniendo esa chispa de rebeldía que se prende
frente a la injusticia e hipocresía de una sociedad que parece rendida a los
argumentos de los poderosos. En realidad, Charo y sus amigos son más jóvenes
que esos ancianos prematuros, cadáveres con carcasas maqueadas, que deambulan
por la vida como nuevos fariseos, siempre prestos a descargar la frustración de
sus estériles existencias sobre las víctimas del sistema mientras asumen los
falsos sofismas de los filibusteros.
Charo, como muchos de nuestros mayores, no
tuvo una vida fácil. Los de su generación vivieron los años de la posguerra, de
los salarios de hambre, de la falta de libertades de una dictadura cuya
fantasmagórica sombra colea hasta nuestros días. Se conjuraron, a veces pagando
un alto precio por ello, para que sus hijos y nietos no tuvieran que soportar
las penurias que ellos padecieron, para dignificar sus derechos laborales y
sociales, para enseñarles que el camino de la libertad y la justicia social
debe pasar siempre por la solidaridad con los débiles. Pero todo su esfuerzo,
sus esperanzas depositadas en la gestación de un mundo mejor, se vienen abajo
cuando observan el egoísmo cicatero y miope que crece a su alrededor.
“Quiero pedirte que escribas- me apremiaba Charo- sobre esa gente mezquina que
culpabiliza a los desahuciados, a los caídos en la desgracia de su propia
ruina”.
Me relató cómo se le abrían las carnes cuando
oía emitir juicios irreflexivos a quienes han tenido la suerte de conservar su
trabajo y sus posesiones durante esta crisis-estafa que se ha llevado a tantos
por delante. Vivían por encima de sus posibilidades, apostillan los nuevos
fariseos (así los define ella).
Se metieron en créditos e hipotecas con
alegría inconsciente y ahora deben asumir las consecuencias. Ése es el mantra
que los poderes fácticos, a fuerza de repetirlo, grabaron en las neuronas de
muchas personas acríticas para tranquilizar a la voracidad de los mercados.
Pero, ¿qué hay de cierto en todo esto?, ¿Quién vivía por encima de sus
posibilidades?, ¿los ciudadanos?, ¿el Estado? ¿Qué querían decir con vivir por
encima de nuestras posibilidades? Algunos se referían a quienes se dejaron
embaucar por la España cuyo sector inmobiliario crecía vertiginosamente y en la
que los bancos te animaban a endeudarte hasta las cejas prometiéndote que el
valor de tus adquisiciones se podría incrementar exponencialmente: entrabas a
la sucursal a actualizar la libreta de ahorros y salías con casa y coche. Otros
señalan al estado de bienestar, con la mezquindad incrustada hasta la médula,
aduciendo que esas ayudas, que muchos de ellos también recibían, arruinaron
definitivamente al país. La cuestión es buscar culpables en la ciudadanía o en
los gastos sociales del estado, a los que tildaban de despilfarradores.
Pocos recordaban aquellos “maravillosos años”
del boom inmobiliario, de los pelotazos de los gurús del ladrillo y del mercado
inmobiliario. España va bien- decía el ahora adinerado presidente Aznar- y a
nadie se acusó entonces de vivir por encima de sus posibilidades. Una burbuja-espadadeDamocles
que se siguió hinchando durante el gobierno de Zapatero aún a sabiendas que,
más pronto que tarde, habría de cortarnos la cabeza.
La sensación de crecimiento desenfrenado de
la economía en los supuestos años de bonanza contrastaba con las cifras
correspondientes a los salarios reales, que cayeron un 8% entre 1996 y 2008. En
el intervalo de 1999 a 2005 los beneficios empresariales en España crecieron un
73% -más del doble de la media de la Europa de los 15-, mientras que los costes
laborales aumentaron apenas un 3,7% -cinco veces menos que la Europa de los 15.
La brecha entre las rentas de los ricos y de los asalariados en España no ha
dejado de crecer desde entonces. De estos datos se puede inferir que no todos
los trabajadores se endeudaban por el placer de comprarse un BMW, sino
principalmente por la disminución real de su poder adquisitivo.
Los ricos se hicieron más ricos durante este
periodo, pero también se beneficiaron de la crisis gracias, en gran medida, a
la precariedad laboral y a unos beneficios fiscales que son impensables en
sociedades evolucionadas como Suecia o Finlandia (en España, el 1% de las
rentas altas solo pagan el 20% de lo que contribuyen sus equivalentes en los
países nórdicos). Las grandes fortunas han dejado de cotizar por importe de
176.000 millones durante el periodo 2011-2015.
Hacernos sentir culpables a la ciudadanía es
parte de la estrategia neoliberal para que asumamos dócilmente los recortes que
acaban beneficiando siempre a las entidades financieras y a las grandes
fortunas. Es el precio que hemos de pagar para redimirnos del pecado de querer
vivir un poco mejor.
Charo y los integrantes de su asociación se
definen como “abuelos indignados”,
pero su lucidez rechaza los falsos dogmas que otros, mucho más jóvenes, repiten
como loritos amaestrados. Ellas y ellos saben que la solidaridad es la
auténtica ternura de los pueblos aunque no hayan leído a Gioconda Belli ni tuvieran la oportunidad de acceder a una educación
digna ni a una vida acomodada. Paradójicamente, comprenden mejor el presente y
velan por garantizar el futuro de quienes tomarán su relevo en este planeta.
Merecen toda mi admiración y mi respeto.
Sería un crimen imperdonable defraudarles. Y, por eso, “Ahora que pinto canas, y los cabellos plateados ocultan cualquier
signo del niño castaño que fui, ahora, no quiero pasar el tiempo que me queda
jugando a las cartas o a la petanca. Quiero contribuir a la lucha para
recuperar los derechos perdidos para nuestr@s hij@s y niet@s. Aportar mi
experiencia para conseguir un futuro mejor para las generaciones venideras.
Quiero ser uno de ellos”.
Plumaroja
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