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Albert Rivera saluda a Manuel Fraga, fundador de AP |
A tenor de los resultados de las elecciones andaluzas, los
medios de comunicación y la opinión pública han puesto el foco en la notable
irrupción de Vox en el Parlamento andaluz. Visto con retrovisor, parece que el
lleno del Palacio de Vistalegre del pasado octubre por parte de los
ultraderechistas anticipaba que lo ocurrido este domingo en Andalucía no es un
mero accidente electoral, sino una tendencia global en aumento, reveladora de
las peores pulsiones existentes en la sociedad. El odio, la frustración y el
miedo son instrumentalizados demagógicamente por partidos que carecen de
programa electoral (el de Vox en Andalucía solo tenía seis páginas) y que
apelan al electorado para que vote y se movilice frente a esto o contra
aquello. Lo preocupante es que el discurso de la extrema derecha no solo lo han
apoyado en las urnas los “convencidos” de antemano, sino que también ha logrado
captar el voto de una significativa y heterogénea masa crítica andaluza, lo que
arroja indicios de que el llamado neofranquismo sociológico podría convertirse
en una importante fuerza electoral.
En realidad,
desde el fin de la II Guerra Mundial, la extrema derecha política y social, de
un modo u otro, siempre ha estado presente en los Parlamentos, por lo general
camuflada entre la derecha tradicional. En el caso de España, cabe recordar que ya en 1979 Blas
Piñar, líder de Fuerza Nueva, se convirtió en diputado electo en el Congreso
con la coalición Unión Nacional. Además, la extrema derecha ya está
presente en varias instituciones municipales, como es el caso de Plataforma per
Catalunya. La diferencia fundamental es que en los últimos tiempos la extrema
derecha española ha ganado una fuerza y visibilidad mediática y social de la
que no gozaba desde la Transición. Tanto es así que hoy desfila sin complejos
por las calles y los platós, exhibiendo sus discursos de odio y rencor.
En España, la
extrema derecha también desempeñó su papel en el contexto de la última etapa
del régimen de Franco, en la transición a la democracia y en el proceso de
consolidación del actual régimen político electoral. Hoy, el principal papel de
la extrema derecha a escala global es convertirse en una pieza clave del
engranaje que busca configurar y consolidar un régimen asentado en tres
pilares: conservadurismo, elitismo y autoritarismo. Es lo que en clave de
análisis vengo llamando fascismo electoral: un régimen formalmente democrático
que se utiliza para vaciar la política representativa y electoral mediante una
democracia residual e impotente puesta al servicio de intereses reaccionarios y
no igualitarios. Grecia, Italia, Estados Unidos y Brasil son, en diferentes
medidas e intensidades, ejemplos recientes de este fenómeno.
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Santiago Abascal, VOX, cortando una 'estelada' |
Para entender
la supervivencia y el resurgimiento de la extrema derecha en España, es
imprescindible poner la mirada en nuestro pasado histórico reciente. Este
ofrece una importante clave explicativa: la Transición española no estuvo
fundada en el antifranquismo ni en el antifascismo, sino en su olvido e incluso
en su blanqueamiento. Ni la democracia española ni el régimen de 1978 tuvieron
entre sus bases fundacionales la legitimidad del antifranquismo, a diferencia
de lo que ocurrió en casos como el italiano, el francés, el alemán y el
portugués, en los que el espíritu antifascista fue determinante. En este
sentido, atribuir el auge de Vox principal y casi exclusivamente a una reacción
contra el independentismo es un planteamiento simplista y corto de miras. Es
como explicar la existencia del machismo por el hecho de que haya mujeres
feministas o como explicar las causas de la homofobia debido a la existencia de
personas LGTBI.
Las
izquierdas tienen por delante afrontar los desafíos más urgentes y ambiciosos
de la historia democrática de este país: recuperar la calle, hacer autocrítica
constructiva, luchar por la radicalidad democrática, sostener y ampliar el
Estado de Bienestar menguado por el neoliberalismo, unirse solidariamente en su
diversidad en un frente común y poner en jaque los consensos reaccionarios que
la derecha y la extrema derecha tratarán de establecer o reforzar (españolismo
excluyente, racismo, bandera de la antiinmigración y la xenofobia,
confesionalidad del Estado, ofensiva contra el virus izquierdista, eliminar o
mermar los derechos conseguidos gracias a las luchas LGTBI, satanizar la
“ideología de género” y derogar la ley de violencia de género, acabar con las
leyes de memoria histórica, etc.). Tienen la responsabilidad colectiva de
contradecir el maldito y a la vez profético verso de Jaime Gil de Biedma: “De
todas las historias de la Historia sin duda la más triste es la de España,
porque termina mal”.
Antoni
Aguiló. Universidad de Coimbra
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