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Concentración de los 'chalecos amarillos' |
El pasado 18 de noviembre 300.000
personas expresaron su activa protesta organizando más de 2.000 bloqueos de
carreteras y peajes en toda Francia. Hay que seguir de cerca este fenómeno de
los chalecos amarillos, movimiento auto(des)organizado a través de las redes
sociales, popular e imprevisible. La jornada del sábado continuó el domingo y
más allá. El movimiento llamó a bloquear París el sábado 24 y lo consiguieron…
Todo esto pone muy nervioso al establishment mediático y político europeo.
El ministro del Interior francés,
Christophe Castaner constató, el martes, la “degeneración total de una protesta que en general mantuvo el sábado
buena conducta”. “Asistimos a una
radicalización con reivindicaciones que ya no son coherentes, que van en todas
direcciones”, ha dicho. La CGT, el sindicato francés menos manso, se ha
desmarcado pero hasta tres de cada cuatro franceses han expresado según las
encuestas su apoyo a esta manifestación en la que se escuchan llamadas a la
dimisión del “presidente de los ricos”.
La chispa ha sido la subida de los
impuestos a los carburantes. Eso ha llevado a declarar a Delphine Batho, exministra
socialista de medio ambiente y típica representante de la izquierda-caviar, que
la protesta es una, “acción de
solidaridad con el lobby petrolero”. Pero tras la fiscalidad al diésel se
esconde una clara cuestión de clase, una injusticia fiscal que grava a la gente
del extrarradio, la más encadenada al uso del coche para ir al trabajo, o que
trabaja con él (transportistas, agricultores), dibujando toda la geografía de
la Francia periférica de las zonas rurales y los extrarradios urbanos. Hay en
su protesta un agravio comparativo hacia el trato fiscal que reciben los ricos,
con la eliminación del impuesto a las grandes fortunas, y una indignación y
hartazgo con las despreciativas declaraciones del Júpiter Macron que cada mes
evidencia su mentalidad elitista. Es esta fractura de clase la que asusta:
desorganizada, radical e imprevisible.
De repente, como se lee en la prensa
alemana, se advierte el peligro provocado por lo que antes se consideraba éxito
y victoria: el descabezamiento y la integración de las organizaciones sindicales
que todavía defendían intereses de clase. La paradoja del resultado de décadas
de políticas encaminadas a descafeinar a los sindicatos es que desemboca en una
preocupación ante el peligro que supone la ausencia de interlocutores
(sindicales) corruptos con los que negociar cabreos como este.
En unos momentos en los que por toda
Europa surgen populismos de signo conservador o reaccionario con los que la
derecha capitaliza y canaliza los ríos de descontento y sufrimiento social
suscitados por la crisis, hay que estar atento a cualquier manifestación de un
movimiento que huele a algo de clase, aunque acabe en agua de borrajas. Si en
Europa llegara a formarse algo parecido a un bloque popular-ciudadano
antiburgués bien podría ser a partir de este tipo de chispas. Con la actual
configuración capitalista de los espacios y geografías, el precio del
carburante desempeña un papel no muy diferente al del pan en los motines de
antaño. Afortunadamente, tras no pocos titubeos, la France Insoumise de
Jean-Luc Mélenchon se ha dado cuenta de eso y ha expresado su apoyo a esta
protesta. Y el lugar es Francia.
Hace tiempo que modestamente
sostengo que si en Francia no pasa nada, es decir, que si lo que queda de la
mayor tradición social y republicana del continente se demuestra incapaz de
reaccionar a esta crisis que incrementa la desigualdad social y arrasa con
derechos costosamente adquiridos, entonces no pasará nada fundamental de signo
liberador y progresista a medio plazo en esta parte del mundo.
Lo último de Macron es aplicar la
directiva europea de reducir las pensiones en un país en el que apenas hay
jubilados pobres, como es el caso de Alemania donde ese cepillado se hizo hace
años. Macron expresó la semana pasada todo el delirio narcisista que acompaña
al europeísmo establecido al decir en Berlín que Europa y el eje franco-alemán
tienen “la responsabilidad de que el
mundo no se deslice hacia el caos y sea acompañado en el camino de la paz”.
La simple realidad es que es la acción de ese eje, que en Francia se vive
crecientemente como mera subordinación a Alemania, la que está creando el caos
en la propia Unión Europea con una política neoliberal que excita todo aquello
que disuelve y desintegra al europeísmo.
La visita de Macron a Berlín, en la
que obtuvo apoyos a su propuesta de ejército europeo, incluyó ofrenda floral en la Neue
Wache, el templete de la avenida Unter den Linden. En tiempos de la RDA, la
Alemania comunista, aquello era un memorial a las “víctimas del fascismo y el militarismo”. En los años noventa, tras
la reunificación, el memorial fue rebautizado a las “víctimas de la guerra y la tiranía”, concepto éste último que
abraza tanto al nazismo como al comunismo. La remodelación regresó a la línea
de la doctrina establecida por los ex nazis que gobernaron la Alemania
occidental en la posguerra y que buscaban su redención en la guerra fría bajo
el manto general del “totalitarismo”.
La unificación conceptual presentaba al comunismo y al estalinismo como
hermanos gemelos del nazismo y el fascismo, ignorando la diferencia ideológica
fundamental; que no puede haber un buen nazismo, contrario a todo planteamiento
humanista, pero sí un buen socialismo que desarrolle ideales humanistas
radicalmente antagónicos con el antihumanismo estalinista. Hoy el templete
incluye una placa que menciona entre las víctimas de la tiranía a los alemanes
expulsados de sus hogares en Europa central y oriental tras la derrota de 1945
y a los represaliados por el régimen de Alemania Oriental. Una nueva historia
nacional a la carta para unos nuevos tiempos.
Rafael
Poch
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