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Dama Blanca. Ilustración de Marcel Félix |
En casi toda Europa abundan las
leyendas e historias que narran la existencia de misteriosas mujeres vestidas
con prendas blancas y luminosas. Estos espíritus tutelares de los bosques se
conocen genéricamente como damas blancas. En general se las describe como
bellísimas jóvenes, vestidas con túnicas de gasa blanca que socorren a los
viajeros extraviados en la inmensidad de los bosques. Quienes las han visto
afirman que tienen largas y sedosas melenas rubias, una figura esbelta y ojos
azules que brillan como estrellas, llenando el alma de una paz infinita.
En la mitología europea, las damas
blancas son genius loci, seres que
protegen un sitio en particular como es el caso de los bosques. A pesar de
haber cientos de relatos sobre ellas son tutelares difíciles de ver y advertir
pues, según la tradición, solo se muestran abiertamente a los nacidos en
domingo y son portadores del talismán mágico y a los bebés que son besados por
una dama blanca en el momento de su alumbramiento.
En general, todas las leyendas
coinciden en que sus lugares favoritos para vivir son los bosques,
especialmente aquellos donde nieva, ya que así pueden pasar desapercibidas
camuflándose en el blanco paisaje. Los bosques, castillos y cuevas ocultas son
la mágica morada donde reposan y descansan cuando no tienen ninguna tarea que
realizar y están ociosas.
Las damas blancas son hadas
generosas de gran corazón, están siempre dispuestas a ayudar a los mortales que
demuestren ser merecedores de su misericordia, ellas consuelan a los perdidos y
ayudan a buscar la salida a quienes se sienten presos dentro de una gran pena.
También son solidarias con las mujeres parturientas, sobre todo cuando el parto
es particularmente difícil. Los bebes nacidos bajo la protección de una Dama
Blanca tienen la capacidad de poder verlas siempre que lo deseen. Si
bien son tutelares de gran corazón, dulces y pacíficas por naturaleza, su
bondad es absolutamente comparable con la ira que pueden albergar en sus
delicados cuerpos. Cuando alguien las exaspera, molesta u ofende, ellas no
dudan en helar su corazón con tan solo una penetrante mirada.
Una leyenda alemana relata que un
niño pequeño se internó en el bosque para jugar y, distraído, se adentró
demasiado, perdiendo el camino de regreso a casa. Cuando se dio cuenta de que
estaba perdido y que nadie respondía a sus llantos y ahogados gritos de
auxilio, por entre los árboles apareció una bellísima mujer vestida de blanco,
con el pelo rubio brillante como un rayo de sol. Se le acercó, dulcemente tomó
su mano y lo condujo caminando hasta el final del bosque, donde le mostró el
sendero que lo llevaba de nuevo a su hogar. Antes lo besó suavemente en la
mejilla y lo dejó partir. Leyendas muy parecidas a esta se repiten en distintos
puntos de la geografía manchega.
Según las regiones y territorios se
les da a las damas blancas características divergentes y hasta muy antagónicas.
Así en la Europa del norte se las considera tutelares de buen augurio y existe
la certeza de que quien las ve tendrá siempre la fortuna de su lado.
Contrariamente a esta tradición, en España la presencia de estas mujeres está
ligada en ocasiones al mundo de los fantasmas, por ello es común encontrar
damas blancas en leyendas urbanas, como aquélla que advierte sobre una misteriosa
mujer vestida de blanco haciendo autoestop. En Ciudad Real se narran
experiencias sobre la joven que se aparece en la carretera de Toledo y que se
considera puede estar relacionada con el cercano, hoy desaparecido, sanatorio
de la Atalaya.
En general, en nuestro país son
personajes femeninos, a la vez ambiguos, que participan de las características
de los fantasmas, los duendes y las encantadas. Constantino Cabal se refiere a
ellas diciendo: “y las hadas son los muertos... y las hadas y los muertos
siempre llaman por su nombre a las personas que necesitan... la leyenda céltica
confunde todos los rasgos de las hadas y los muertos, lo mismo que la latina
unificó las fatas con las parcas en una sola personalidad”.
En Galicia, existe desde siempre la
Xa, mezcla de fantasma y hada que en las aldeas son fantasmas que se meten con
la gente, estorban en los molinos, roban las heredades y ordeñan las vacas en
las cuadras. Es muy probable que el mito viajara por toda España con los desplazamientos
de las gentes del norte hacia el centro y el sur de la península Ibérica
personalizándose, eso sí, en cada comarca y/o municipio. En Puertollano, según
nos contó Teodora Fernández, su madre le habló de una Dama Blanca que se veía
la noche de San Juan recorriendo el paseo de San Gregorio. Otro testimonio
similar, el de Flor Núñez, sitúa a la Dama Blanca en los alrededores del Terri.
La Dama de los Montes. Nuestra
particular y asombrosa dama blanca manchega la encontramos en la Dama de los Montes,
extraña mujer que vive en las espesuras de los bosques y los agrestes roquedos,
y aparece de forma misteriosa para proteger a los niños extraviados. En otros
lugares de la provincia (Porzuna, Herencia, Ruidera…) donde se tiene noticia de
leyendas y fábulas que hablan de esta misteriosa mujer se la conoce también
como “la Vieja de la Sierra”.
En Villamanrique se cuenta la
aventura de un niño que se perdió en el monte buscando leña y se salvó porque
una desconocida señora le resguardó del frió y le protegió de los lobos. El niño
no supo dar más datos sobre su misteriosa benefactora y en el pueblo caló la
leyenda de la Hermana de la Sierra.
Famoso en Ruidera fue el extravío de
un niño de trece años: “que lo estuvieron buscando to el día, dando voces por
el monte y al caer la noche dejaron de buscarlo. Al día siguiente ya lo daban
por muerto, porque por la noche había nevao algo y después heló mucho. Y no sé
si vieron pisás y las siguieron, pero lo cierto es que se lo encontraron al
abrigo de unos riscos de la peña del Babián, pero aquí abajo dando casi vistas
a Ruidera. Cuando lo vieron tan campante se quedaron desconcertados y le
preguntaron si había pasado mucho frío, a lo que la criaturica les contestó:
que había estao muy calentico porque lo había tenido arropado toa la noche una
mujer…”.
Pervive en la memoria de los niños
salvados como una hermosísima joven, que en ocasiones adoptaba la figura de una
anciana de serena belleza. En todos los casos se le atribuye una maternal
ternura, de palabras muy dulces y voz suave, que al momento hace desaparecer
las angustias.
En su tiempo, el acontecimiento de
la pérdida y posterior aparición de los niños tuvo mucha resonancia popular en
sus respectivos pueblos, imaginándose y planteándose múltiples hipótesis. Hay
quién ve en ellos milagrosas manifestaciones marianas; otros, la gran mayoría,
por el contrario, creen que son fantasías infantiles; los eruditos amantes de
la mitología defienden que se trataba de primitivos duendes de los bosques; estudiosos
foráneos afirmaron que eran sombras de ritos iniciáticos en lo más profundo del
bosque primitivo; y los escépticos sostienen que no había nada de sobrenatural
en aquellos casos, que tan sólo eran mujeres “desapartás” voluntariamente de la
sociedad y de su tiempo.
En los cuatro casos recogidos por
Carlos Villar Esparza en su libro Con Once Orejas, que no guardan relación
alguna de parentesco, espacial ni temporal, son niños de corta edad que
enviados por sus padres o bien por decisión propia, se adentran en la espesura
del bosque, que siempre se halla en una sierra cercana al pueblo, en búsqueda
de leña para su posterior venta y así ayudar a la mísera economía familiar o
simplemente para consumo particular, todos desaparecen sin dejar huella alguna.
“En pos de la leña, los pequeños
recolectores se adentran en la profundidad del bosque y, a la hora de la
vuelta, se dan cuenta que se han extraviado y no encuentran, pese a los muchos intentos,
el rastro del regreso. Perdidos, desesperados y desorientados los niños ven
llegar las primeras sombras de la noche, y con ella empieza a helar. Los niños
lloran, llaman angustiosamente a sus padres y piden auxilio con las pocas fuerzas
que les quedan. Aúllan los lobos, andan de lobá, pues han olisqueado la carne
de los niños y empiezan a acercarse.
Los niños buscan refugio junto a una
gran roca o al abrigo de un árbol caído, hambrientos y aterrorizados se hacen
un ovillo y permanecen inmóviles. Todo es negro y los niños están indefensos en
la noche que murmura lúgubres bisbiseos. El hielo nocturno, mortal acariciador,
les va cerrando los ojos. Y cuando todo parece perdido para los niños se
produce el milagro. Aparece junto a ellos una hermosísima joven o una anciana
de serena belleza que con ternura les coge de las manos y les anima a que la
sigan con dulces palabras. Ante la presencia femenina los lobos reculan
temerosos y respetuosos.
La súbita protección de esta
misteriosa mujer llena a los niños de una sensación de cálida placidez, de
sentirse defendidos por la protección materna. “La Vieja de la Sierra” o “la
Dama de los Montes” conduce a los niños a una acogedora cueva o a una humilde
cabaña donde se sientan junto al fuego y la mujer les da de comer y les cuenta
cuentos mágicos hasta que el sueño los vence”.
En el caso referido a Porzuna, “la
Vieja de los Montes” da al niño bellotas como único alimento mientras le cuenta
una maravillosa historia que el chiquillo, al encontrarse de nuevo entre los
suyos, se niega a revelar. En Solana del Pino la extraviada fue una niña de
apenas tres años. Estuvo desaparecida todo un día con su noche, fría noche otoñal,
y a las primeras luces apareció en el camino asegurando que una mujer muy guapa
le había dado de comer y la cobijó en su cabaña.
En todos los casos, los niños
cuentan con naturalidad a sus familias la presencia salvadora de la dulce mujer
y como han sido protegidos por ella. Los mayores, incrédulos ante el extraño relato,
dudan de las palabras de sus hijos. Así cada uno de los sucesos ha quedado en
cosas de niños, pues ninguno de los adultos había visto, ni vería jamás, a la
reservada y bondadosa dama de los montes.
Carlos Villar Esparza cita a uno de
aquellos pequeños, conocido como “el hermano perdio”, que fue protagonista de
una de estas aventuras a principios de 1940 y que fue salvado por esta especie
de ángel tutelar. El protagonista vive aún en una ciudad española muy distante
de su pueblo manchego, y sigue arraigado en su memoria, como un día, siendo
niño, le salvó “la Vieja de la Sierra”.
Marcel
Félix de San Andrés
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