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La Trocanta. Marcel Félix de San Andrés |
Según el historiador griego Diodoro
Sículo, “Lamia era una reina de Libia hija de Poseidón y Libia a la que Zeus
amó. Hera, celosa, la transformó en un monstruo y mató a sus hijos -o, en otras
versiones, mató a sus hijos y fue la pena lo que la transformó en monstruo-.
Lamia fue condenada a no poder cerrar los ojos, de modo que estuviera siempre
obsesionada con la imagen de sus hijos muertos, aunque Zeus le otorgó el don de
poder extraérselos para descansar y volver a ponérselos luego. Lamia, que
sentía envidia de las otras madres y devoraba a sus hijos por el dolor de haber
perdido a los propios, tenía el cuerpo de una serpiente y los pechos y la cabeza
de una mujer”.
La etimología del nombre no se ha
establecido con certeza. Probablemente se relaciona con el adjetivo lamyrós,
“glotón” y el sustantivo laimós, “gaznate, gañote”. Por otro lado, algunos estudiosos
creen que pertenece a la misma familia del termino latino lemur que designa a
unos espectros (los lémures), tipológicamente similares a las lamias.
El poeta romántico inglés John Keats
dedicó al personaje un poema narrativo largo, que da nombre al libro Lamia y
Otros Poemas. Se inspiró en La Novia de Corinto, una historia que aparece en La
Anatomía de la Melancolía de Robert Burton quien, a su vez, se había inspirado
en La Vida de Apolonio de Tiana de Filóstrato.
Según cuenta Filóstrato, Menipo,
joven aprendiz de filósofo, se dejó seducir por una misteriosa mujer extranjera
que lo abordó cuando caminaba por las afueras de Corinto. La dama insistió en
que se casaran y a la boda acudió el sabio Apolonio quien, tras observar
detenidamente a Menipo, declaró “tú, al que las mujeres persiguen, abrazas a
una serpiente, y ella a ti”. La novia, en efecto, era una lamia o empusa, y
aunque al principio negaba su condición, acabó confesando que había seducido a
Menipo para devorarle y beber su sangre, pues la de los mozos como él rebosa
vigor y es siempre pura.
La noticia más antigua de estos
seres se encuentra en El Discurso Quinto de Dión Crisóstomo, quien se refiere a
ellos como “fieras líbicas” no como lamias. Posteriormente, las lamias aparecen
en los bestiarios como ejemplo de monstruo despiadado y salvaje. En la
antigüedad, las madres griegas y romanas solían amenazar a sus hijos traviesos
con este terrible personaje.
En Cantabria se da el nombre de
Lumia a las mujeres feas, retorcidas, calumniadoras, de malos instintos... En
el País Vasco, adoptan también formas diversas, que las emparientan, aunque lejanamente,
con los personajes que acabamos de ver.
En las zonas costeras se presentan
muy semejantes a las sirenas. Tierra adentro suelen tener figura de mujer, pies
palmeados o cuerpo de serpiente y, al igual que los personajes anteriores,
viven cerca de las cuevas y cursos de agua. Emparentadas en su aspecto moral
más con las xanas, guardan tesoros o peinan (alisan) sus cabellos con peine de
oro ante su cueva, son vengativas y peligrosas y no quieren ni oír hablar de
Jesucristo.
Las xanas son unas ninfas de agua
dulce que poseen una morfología completamente humana. De pequeña estatura,
extraordinaria belleza física y larga melena rubia, habitan en las fuentes, en
las cuevas y en las riberas de los ríos.
En Granátula de Calatrava, Almedina
y Alcubillas encontramos una variante algo particular de este personaje, es la conocida
Trocanta.
Las leyendas cuentan que en el fondo de una cueva habita una especie de lagarto
o culebra que en las noches de San Juan se convierte en una hermosa mujer que
incluso llega a sobrevolar los campos de la comarca. Su carácter, en principio
se piensa que puede llegar a ser maligno...
Las lamias están claramente
emparentadas con las hadas irlandesas, escocesas y bretonas. Son, por tanto, un
mito indoeuropeo extendido por toda Europa (lamias, hadas, ninfas de agua,
etc.), espíritus de la naturaleza con forma de mujer hermosa que habita
generalmente cerca de ríos, cuevas y fuentes, y se las puede ver en los
márgenes de los ríos vistiendo largas túnicas blancas y peinando con peines de
oro su largo cabello. En la noche mágica por excelencia, la noche de San Juan,
el 24 de junio, las lamias se hacen visibles para quien las quiera contemplar,
con solo acudir a los sitios que habitan como fuentes, cuevas y ríos. Aquellos
que quieran acometer tal hazaña encontrarán a la Lamia sentada en una roca,
cantando y portando una madeja de hilo de oro que entregarán al que se lo pida,
prometiéndole desposorio y magníficos tesoros, siempre que consiga deshilar la
madeja sin cortar el hilo, pero, si el hilo se rompiese o no hubiera boda, se
castigará al osado humano atrayéndole hasta el fondo de las aguas o de su cueva
para darle muerte y después devorarlo.
LA TROCANTA DE GRANÁTULA. Nos trasladamos
al yacimiento de la Encantada, y más concretamente a la cueva de la Encantada,
donde ubicamos la leyenda de la Encantá o Trocanta. Está relacionada con la
noche de San Juan, noche mágica que tiene relación con el solsticio de verano,
lo que la convierte en la noche más corta del año.
Cuenta la leyenda, que en la media
noche del 24 de junio aparece una bicha o culebra, o también un lagarto, según
las versiones, del fondo de la cueva. Ésta se convierte en una joven doncella
de cabellos dorados, que se peina frente a un espejo con un peine de oro. Unas
fuentes afirman que aquel que osa entrar en la cueva esa noche y la ve se
convierte en piedra.
Otras fuentes cuentan que, quienes
atraídos por la bella mujer, se acercan a la cueva la noche de San Juan son
arrastrados hacia el fondo y según se van alejando de la entrada, cogidos de la
mano, la doncella se va transformando progresivamente en una enorme bicha y
poco a poco son devorados o transportados a su mundo para no regresar nunca
más. Quizá la leyenda que explica los orígenes de La Encantada o Trocanta es la
versión que habla de aquella preciosa mujer con poderes de hechicería a la que
se habría echado de Granátula por miedo o por celos de su gran belleza. La
razón de su expulsión es que desengañada del amor, hizo conjuros para seducir a
los hombres, sobre todo a los casados, gozaba debilitando y rompiendo
matrimonios y noviazgos. Fue tal el recelo que despertó entre las otras mujeres
del pueblo, que la arrastraron y expulsaron fuera de Granátula. No contentas
con ello, por temor a que pudiera regresar, decidieron encerrarla en una cueva
de las afueras, en el denominado cerrillo de los Rayos.
Aquellas gentes, con ayuda de otras
hechiceras, la introdujeron en el interior de la cueva, sellando la entrada con
grandes bloques de piedra. Desde entonces, la cueva pasó a denominarse cueva de
La Encantada. Pero la leyenda no quedó ahí ya que la hechicera intentó salir
utilizando toda suerte de magias y conjuros. Con ellos logró atraer a insectos
y diversos animales hasta la gruta con la intención de que retiraran los
obstáculos de la entrada y poder así escapar.
La maldición a la que fue sometida
aseguraría a las mujeres de Granátula que sus maridos o novios no se fijasen en
ella, pues de hacerlo de inmediato se convertía en uno de los animales más
horribles y rastreros de la faz de la tierra, una bicha o culebra o también un
lagarto.
El hechizo sería eterno excepto la
noche del solsticio de verano, para nosotros la noche de San Juan. Esa noche
corta, aquel animal inmundo podría salir de su cueva transformado en la más
bella mujer jamás imaginada y podría atraer a cualquier persona, especialmente
hombres, seduciéndolos hasta introducirlos en su cueva. Allí, la bella
doncella, convertida de nuevo en bicha o culebra, devoraría o llevaría a su
mundo a su presa de la que no volvería a saberse nunca nada más.
Su salida en la noche de San Juan
comprendería incluso sobrevolar la comarca para buscar a algún varón o niños
pequeños. Chiquillos rezagados que no han entrado en su casa al anochecer,
chicos con mal comportamiento o a los niños que no se duermen cuando están en
la cama. También en el caso de los infantes se produce el mismo final, ser
devorados en la cueva de La Encantada o ser llevados a su mundo para no volver
a saberse más de ellos.
El que los reptiles sean tan
recurrentes en las leyendas del yacimiento arqueológico donde se ubica la cueva
de la Encantada no es algo aleatorio: las bichas o culebras, o los lagartos son
muy abundantes en la zona y se suelen introducir en cualquier época del año en
la cueva para hibernar, beber agua, estar frescos, o como refugio frente a su
predadores.
El cerro de la Encantada es en sí un
lugar misterioso. Durante largos siglos fue el asentamiento de un poblado
prehistórico de la Edad del Bronce que recibe ese nombre. Pero
inexplicablemente, el poblado se convirtió en un cementerio en la última etapa
de poblamiento para ser posteriormente abandonado y olvidado. Quizá, las
excavaciones que se realizan desde hace algunas décadas, descubran algún día
aquel misterioso fin.
El cerro, además de albergar la
famosa cueva de la Encantada y el yacimiento, es un lugar especialmente
respetado ya que los días y noches de tormenta las personas mayores de Granátula
afirman que los rayos se apegan mucho y caen con decidida fuerza rompiendo las
peñas y dejando un color oscuro encima de ellas. Cuando la tormenta se acerca
se dice que hay que buscar un lugar resguardado, como la cueva, para refugiarse
porque el peligro de que te alcance un rayo es muy alto. Por eso al cerro de la
Encantada se le da también el nombre del cerrillo de los Rayos. ¿Será esto
responsabilidad de los nubleros o regulares?
Marcel Félix de San Andrés
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