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Valle del río Guadalmez |
Guadalmez se asienta en la ladera del
cerro de la Peña del Cuervo, entre los arroyos de la Dehesa y la Gavia, y bajo
la mirada pétrea de la “Ventanilla”, ese capricho de la naturaleza, que como si
de un ojo horadado en la roca se tratara, vigila a la población que se esparce
a sus pies. Y en ese mismo cerro, más allá de
la Ventanilla, tres peñones solitarios custodian el camino que asciende
hasta el Puerto de la Virgen, tres peñones que, si hacemos caso a una vieja
leyenda popular, no son sino tres hermanas convertidas en piedra, condenadas a
ser testigos mudos y silenciosos para toda la eternidad, por haber faltado a la
palabra dada.
Contaban las abuelas, en aquellas
tardes frías del mes de enero, al calor de la lumbre que iba secando los
productos de las matanzas decembrinas, que hace muchos años, cuando aún había
guerras con los moros en estas tierras, vivía en Guadalmez un pastor que tenía
tres hermosas hijas casaderas, y éstas, gustaban todos los días de acercarse
donde estaba su padre con las ovejas para llevarle el almuerzo. Gusto que no
dejaba de ser una pobre justificación para abandonar las tareas domésticas y
poder dar buenos paseos luciendo los vestidos que su madre, sola la mayoría del
tiempo en casa, se afanaba en coserles, cuando el resto de ocupaciones le daban
un respiro. A la madre no le dolía aquello, pues pensaba que sus tres hijas
eran las mocitas más envidiadas de todo el vecindario, y no les faltaría galán
que no quisiera llevarlas ante el altar.
El padre solía pastar con sus ovejas
en la dehesa de Valdesapos, y para llegar allí era necesario cruzar el río por
unas “pasaeras” que los vecinos habían hecho con grandes piedras. Pero un día
que el río venía crecido y sus aguas cubrían dichas piedras, las tres hermanas
no osaron cruzarlo por temor a tener que mojarse sus bonitos vestidos.
Deambulando orilla arriba y orilla abajo, a la espera de encontrar alguna
solución, se encontraron con un viejecito, que sentado sobre un tronco,
contemplaba ensimismado la fuerza de la corriente del agua.
El anciano, viendo acercarse a las
tres muchachas, les preguntó qué era aquello que tan nerviosas las ponía, y
ellas le contaron su preocupación por no atreverse a cruzar el río para poder
llevarle la comida a su padre, que ya las estaría esperando. Ante este dilema,
el hombre, que era viudo y con un hijo soltero, les propuso construirles un
medio para poder cruzar el río, ahora y siempre, para que no tuvieran que
mojarse nunca más sus bellos piececitos, y en el tiempo que tardara el sol en
colocarse en lo más alto del firmamento, a cambio de que alguna de ellas
contrajera matrimonio con su zagal. Las hermanas pensaron que aquel viejo
estaba loco, pues era imposible construir un puente, que ni veinte hombres en
varios meses podrían levantar, y hacerlo en tan corto espacio de tiempo, pues
el astro rey iba ya camino de alcanzar esa posición.
Tomándose el acuerdo a chufla
acordaron con él en aceptar el trato si no se rebasaba dicho espacio, pero el
viejo no había mencionado nada de un puente, sino que acercándose a unos
matorrales fue sacando troncos de madera, que con mano maestra unió entre sí
con cuerdas, hasta construir una balsa, fuerte y segura, a la que invitó a las
muchachas a subir. Con un largo palo, que iba hundiendo en el fondo del río, el
anciano hizo avanzar la balsa de una orilla a la otra, y las tres hermanas lograron
cruzar el río sin mojarse la suela de sus zapatos. Ya contaban con el medio
prometido que les permitiría cruzar el río, incluso los días en los que su
corriente fuese más fuerte y caudalosa, y ahora les tocaba decidir a ellas,
cual de las tres se casaría con el hijo de aquel viejo.
Ni siquiera se les había pasado por la
cabeza a ninguna de ellas, que el anciano pudiera cumplir su palabra, y por
ello le habían dado tan alegremente el sí a aquel acuerdo, pero ahora, viendo
que la otra parte había cumplido y que exigía que ellas hicieran lo mismo, un
temor a tener que casarse con alguien a quien no querían, y que por no tener,
no tenía ni hacienda, las llevó a salir corriendo hacia su casa en busca de la
protección materna.
Hasta allí las siguió el viejo exigiendo
su deuda, una deuda que no estaban dispuestas a pagar, y por ello, también
escaparon de su casa dirigiéndose al monte, con la esperanza de que el viejo se
cansara de perseguirlas. Pero éste no desistía y tras ellas fue por el camino
del Puerto, por lo cual, las hermanas abandonaron el camino y se introdujeron
entre la maleza del cerro de la Peña del Cuervo. Agotado por la persecución, el
anciano no pudo ya seguirlas y levantando su bastón hacia el cielo las maldijo
por no haber cumplido su palabra. En ese mismo instante, y mientras ellas
subían el cerro hacia arriba un potente y sonoro rayo cayó sobre sus cabezas y
las convirtió en tres peñones de piedra. Así, podrían seguir siendo vistas por
todo el mundo y admiradas, desde ahora a la eternidad, por todas las
generaciones presentes y futuras que habitaran en Guadalmez, contemplando como
la vida fecundaba todo el valle, sin que un solo soplo de ella las llegara a
rozar.
El hijo de aquel viejo se hizo cargo
de la balsa que construyera su padre, y transportando a sus vecinos de una
orilla a otra, conoció a una joven que le dio cuatro vástagos y muchos años de
felicidad.
fuente Carlos Mora
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