Octavio Colis
Como todo el mundo sabe (o debiera saber), la más firme y profunda creencia del liberalismo político es que los fondos públicos no pueden tener mejor destino, ni aspirar a mejor utilidad que ser los garantes últimos y principales de los fondos privados, particulares, bancarios o empresariales. Y aunque a los liberales la política no les atrae ni les atrajo nunca ni siquiera como carrera (y sería por tanto ridículo elucubrar entonces sobre el sentido público de lo liberal), es porque desde el puro liberalismo la consideran imprescindible como medio por lo que a este José María Aznar -vigoréxico empresario de la política liberal española, más cercano a la bribonería de José María Ruiz Mateos que a la de su admirado José María de Salamanca y Mayol, el Gran Bribón marqués de Salamanca- siempre se le educó en la creencia de que más aún que en el amor, en la política vale todo. Y reparo que por azar se me han unido en pocas líneas tres José Marías y un solo dios verdadero: el dinero; a los que se une ahora (por otro capricho goyesco de mi imaginación) un cuarto José María, el marqués de Peralta, pero esa sería otra historia, otro retrato infame, quiero decir, porque el fundador de la Obra, o cuarto pérfido José María (por muy santo de lo suyo que lo vean los suyos), me merecería infamia aparte.
Y siguiendo con este JMA como instrumento de otros para lograr los modernos fines liberales del capital, ya puesto en la carrera por los califatos que presiden los consejos de administración de la última política española (la de toda la vida), se le rodeó de ministriles, periodistas, tecnócratas de lo suyo, pelotas y saltimbanquis que supieron admirarle boquiabiertos a los ojos de todos y presentar a los votantes el irresistible alzamiento de su carácter sequerón y fundamentalista, defensor de las tan españolas “verdades como puños”, compendio de simplezas y cabezonerías de lo peor de la ensaladilla rusa-nacional de la parte necia de nuestra idiosincrasia, si es que hubiera otra parte, y verdadero programa manifiesto con el que Aznar aspiró a ser presidente de los españoles y con el que llegó a serlo por la gracia de éstos durante dos legislaturas. De ese corolario de estupideces españolas era gran maestro manejador Fraga Iribarne, transitorio demócrata a fortiori que nos trajo a Aznar al mascarón de proa de la nave de la derecha cuando la singladura fascista atracó en la Monarquía Parlamentaria Federal Asimétrica, en esto, si eso. Don Manuel (de José y de María viene Manuel, mirá vos) también merecería haber aparecido ya en esta lista de infames según yo, pero… mejor no, mechachis los mengues…
Me imagino a JMA recién elegido presidente por primera vez, en la intimidad de su cuarto de baño, atusando o recortándose el bigote que le cubre el amplio labio, ese velo casi femenino de la seducción suya, mirándose frente al espejo ceniciento ensayando los idiomas del Estado con acento tejano: “Si voleu estar bé, votau PP”. Me lo imagino, no me cuesta. Me lo imagino también en el recitado ora pro nobis de las corruptas jaculatorias que van del Aceite de Colza Envenenado de los tiempos del AP de Fraga a los Sobres y Sobresueldos de los miembros de su PP; en el rosario Gürtel que se sabe y en el que no se sabe, en el que él mismo aparece y en el que no. Me lo imagino preguntándole a Bárcenas: “¿Y éste quién es, cabrón?” (“¿Quién?, ¿quién?, ¿quién?”, ¡¡contesta!!”, me parece oír la desagradable voz aguda a Miguel Ángel Rodríguez Bajón). Dicen que JMA es inquisitivo con los subordinados y muy dócil con los superiores, es decir: con todo el mundo, en el primer caso, y con Bush y Dios en el segundo. Por eso creyó lo de las armas de destrucción masiva frente a la opinión de todo el mundo, porque Bush se lo juró por Dios.
Quizá como el marqués de Salamanca destacó por su capacidad para los negocios políticos y los proyectos de gran circulación de dinero -como la construcción del hoy llamado Barrio de Salamanca (tan caro a los intereses de Aznar), proyecto que perteneció a la primera fase del Ensanche de Madrid ideado por Carlos María de Castro- José María Aznar, como administrador al servicio de lobbies y corporaciones privadas, más que como presidente representante de la ciudadanía española, probó su capacidad promulgando el 13 de abril de 1998 la Ley del Suelo que regula presuntamente los derechos y obligaciones de los propietarios de terrenos en España (su derecho a edificar), piedra angular del Derecho Urbanístico español, gracias al cual se pusieron de acuerdo (y en la nueva legalidad) registradores de la propiedad, tasadores, notarios, bancarios, banqueros, abogados y todo tipo de nuevos apandadores, junto a los de toda la vida, para realizar una gigantesca estafa a los que creyeron que era por una mínima plusvalía por lo que se les otorgaban créditos para la adquisición de una vivienda, cientos de miles, si no millones de nuevos propietarios… por un tiempo… y un día.
Gracias a Aznar (y al que debiera haber sido el regulador independiente: el Banco de España) y a su permisividad con el bandidaje legal, las entidades financieras se daban codazos por conseguir cualquier actuación inmobiliaria y la firma de imprudentes o desinformados, incluso de los que les constaba nunca podrían hacer frente a las hipotecas que firmaban. El tiempo que debiera haber sido del ahorro interno fue dilapidado en la burbuja inmobiliaria que la banca especuladora y suicida financió hasta que se endeudó con acreedores exteriores que ahora, como en los tiempos del marqués de Salamanca, cuando el Estado español debía dinero a los capitalistas ingleses que habían adquirido cupones de la Deuda, quieren cobrársela como sea.
JMA ya había dado avisos de su ausencia de valores éticos, pero es verdad que la nula oposición del PSOE (e incluso la compra de algunos elementos de otra izquierda más aparente que nos avergüenza) se lo ha puesto muy fácil, han dado validez a sus despropósitos o no los han rectificado cuando podían. Con opositores como esos, ¿quién quiere amigos? Dicen que a veces José María Aznar añora volver a la política representativa (de lo suyo), y que ya hay nuevos ministriles, saltimbanquis y periodistas preparándole el camino, Urdacis, Curris, Losantos, Trillos… ¡Por España!, ¡¡Viva España!!, ¡¡¡Arriba España!!!
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