Poco
a poco se fueron apagando las lucecitas de la ciudad hasta alcanzar la
oscuridad total. Primero fueron bombillas secundarias que alumbraban en los
barrios de la periferia y aquello pareció importar solo a los afectados. El
resto de los ciudadanos siguieron a lo suyo, pensaron que bastante gordos eran
sus problemas como para ocuparse de nimiedades. ¡Que les importaba a ellos que
se apagaran unas bombillas que nunca utilizaron! De hecho, en la mayoría de los
casos, ni siquiera sabían de su existencia.
El
segundo apagón fue más visible. Buena parte de la ciudad lucia a medio gas y
gran parte de la población tenía ya problemas de iluminación. El futuro
empezaba a pintarse más negro cada día y por las cabezas bullían reflexiones
sobre si no se habían equivocado al no oponerse a los primeros apagones
parciales. Ahora, ellos, se encontraban tan solos en su problema como se
encontraron antes los primeros afectados.
Anoche,
la oscuridad era casi total. Apenas unos centenares de viviendas permanecían
iluminadas, la mayoría localizadas en el centro y el único de los barrios
considerados vips, donde, por cierto, se había comprado casa la primera
autoridad local. Desde el espacio, la antaño luminosa ciudad había pasado a ser
un puntito más en el mapa. No mayor que el de cualquiera de los pueblecitos
cercanos.
La
desorientación y la falta de luz habían tenido un efecto sorprendente entre los
afectados. Lejos de movilizarse unidos contra los apagones parciales, había
crecido el individualismo y la sospecha hacia el vecino; cada uno se había
encerrado en su problema y crecían como reguero de pólvora las soflamas
ultraderechistas que reclamaban apoyo para los “nativos” y la expulsión de los
“extraños”. Todos miraron hacia la casa consistorial esperando que desde allí
se iluminara el camino para recuperar lo perdido. No encontraron respuesta.
Y
es que el otrora Gran Timonel, que se jactaba antaño de que en su ciudad no se
ponía el sol y la bautizó pomposamente como la Ciudad Internacional de la
Energía, rumiaba amargamente el propio fracaso. Ahora era consciente de haber
tirado por la borda el enorme capital que amasó con la cercanía y el respeto de
sus vecinos…, y que se equivocó al cambiarlos por amistades de un día. ¿Cómo
fue tan torpe y no se dio cuenta antes de que esas amistades solo perseguían el
propio interés? ¿Cómo pudo cometer tantos errores?
El
cariño con que era recibido en todas partes se había tornado hostilidad y
recelo, cuando no odio e intentos de agresión verbales y físicos. Pero esto no
le hizo cambiar sino radicalizarse en su ceguera. Nadie entre su cohorte de
asesores se atrevió a advertirle de los errores cometidos. Si alguno osaba
cuestionar su infalibilidad era cesado de inmediato. Ninguno tenía el valor ni
la capacidad para cuestionar sus decisiones porque ya se había cuidado de que
nadie fuera más “listo” que él. ¡Cuando el destino te ha señalado para ser Gran
Timonel nada puede haber que enturbie tal honor! Los asesores deben ser solo
eso: asesores y nadie puede brillar más que tú.
No
faltaron a la cita con la tragedia los habituales profetas lenguaraces
pronosticando la catástrofe total sino se seguían al dedillo sus singulares
recetas. Buitres carroñeros que solo buscaban saborear egoístamente los
putrefactos restos del cadáver. Canallas que se dedicaban a criminalizar a todo
aquel que pusiera en riesgo sus espurios motivos y oscuros intereses. Amorales
en busca de un cargo desde el que reproducir todos los vicios que ahora
criticaban. Me vienen a la memoria algunos “profetas” que, tras despotricar
sinsentidos contra el sistema se “convirtieron” a la fe institucional,
terminaron formando parte de él y siendo buque insignia de su peores excesos.
Llegado
el apagón total solo quedaba un camino, compartir que todos tenían el mismo
problema: la falta de futuro y un pasado de trabajo en común. Cuando se tuvo
conciencia de que el problema era común y no individual fue fácil encontrar
soluciones. Unos pusieron la brea, otros aportaron trapos viejos, aquellos los
troncos…, y con la suma comenzaron a aparecer antorchas y tras ellas, con el
camino iluminado, caminaron unidos hacia el futuro. Si habían aprendido la
lección nos lo dirá el paso del tiempo.
Plumaroja.
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