Iglesias y Montero anuncian la consulta a las bases de Podemos sobre su continuidad liderando la organización |
Amigas, aquí unas negras villeras
que nunca merecimos volar. Amigos, aquí unos negros de mierda que nunca
cobramos un sueldo para pensar. Compas, aquí 79 asambleas del barrio y del
barro recién llegadas de Madrid por primera vez, recién aterrizadas sobre un
aeropuerto por segunda vez. Nunca antes, en las décadas que tiene la memoria de
nuestras villas, ni en los siglos que tiene la historia de nuestras
comunidades, habíamos podido pisar el Viejo Continente, por más viejo que
pareciera. Y mucho menos, soñar la posibilidad de interpelar al Parlamento, de
disertar en televisión, de gritar nuestras verdades en sus universidades.
Jamás, jamás, jamás, hubiéramos podido juzgar a Europa desde adentro.
Y ahora, Podemos.
Nosotros no tenemos una casa de 600
mil euros, como esa que ahora escandaliza a los medios de todo el mundo, aunque
sus propios accionistas tengan varias en cada ciudad. Nosotras no tenemos esos
600 mil euros que pidió una pareja de jóvenes profesionales para poder adquirir
una propiedad, endeudándose a 30 años. Pues no es ninguna novedad que no los
tenemos, ni podríamos tenerlos. Por más créditos que pidiéramos, no juntaríamos
ese dinero ni vendiendo todas nuestras casillas en todos nuestros
asentamientos. Pero aun si milagrosamente sucediera, aun cuando una nube verde
azotara el cono sur y regara de dólares nuestros pueblos, aun entonces no
podríamos destinarlos a ninguna casa tan costosa, porque seguiríamos teniendo
imperiosas prioridades más prioritarias. Otros pueden hacerlo y aducir que sí,
“se lo han ganado”, porque a veces el capitalismo deja ganar a los buenos para
marearlos un poco, siempre valiéndose de la “meritocracia” y la “legalidad”,
como si la Corona fuera fruto de algún mérito o como si resultaran legítimas
las legales ganancias de los bancos. No lo son.
A nuestra humilde mirada, los
dirigentes populares tienen la obligación de mantener su austeridad para no
sacar los pies de la tierra, pero además tienen la obligación de hacer, sin
perder su condición humana: de modo que tienen también la obligación de cometer
errores. ¿O por qué piensan que pedimos a gritos una mayor participación de los
excluidos en las estrategias partidarias que bregan por la emancipación? No es
por altruismo, ni mera justicia social, sino por ese canal de formación que
dirigen los invisibles, hacia todos los seres humanos sensibles. ¿O para qué
sirve la educación popular? No sirve para nada, si no nos deja enseñar. Ahora
bien, aquí no estamos hablando de dinero expropiado por los crímenes del franquismo
que Iglesias expuso como pocos. Tampoco estamos hablando de cuentas offshore,
ni testaferros que operaban para Montero. Sus movimientos financieros estaban
ahí, a la vista del planeta, tal como lo plantearon para la lógica sensata del
partido, el único que se autoimpuso salarios limitados y la condición de
publicar hasta cada peaje facturado a nombre del Estado. Aquí no hubo ilícito,
ni ladrón. Ni siquiera hubo una investigación. Hubo, sí, una operación que
nadie intentó esconder y que hoy promueve un debate a la interna del campo
popular global, convocado por esa misma pareja de compañeros que llamó a
revalidar públicamente su legitimidad, como si no hubiera dado pruebas
suficientes de transparencia y autenticidad. Tal vez ahora, esta crítica introspectiva
se pueda traducir en algunas normas necesarias para ese liderazgo. O quizá se
puedan clarificar las ambiciones de unos y otros, para ordenar el destino del
fenómeno más genuino que hayamos visto estallar frente al Congreso español. Lo
que no se puede, es dividirse.
¡No-se-pue-de!
La ingeniería socioeconómica de
Podemos nos permite a nosotros, objetos de tantos análisis sociológicos y
sujetos de casi ninguno, pensar por qué pasó lo que pasó, desde afuera. Por qué
nos topamos ante una decisión “personal” que no espeja las necesidades de
sectores anclados en el pozo ciego del mundo. Y nos parece algo fácil de
comprender, salvo para quienes estuvieran esperando hace mucho una oportunidad
para no comprenderlo. ¿Realmente alguien creía, en España, que vuestro partido
había bajado de la Sierra Maestra o había brotado de las favelas pacificadas?
¿Sinceramente alguien desconocía que semejante indignación de una primera
generación empobrecida había detonado una bomba de clase media? ¿Quiénes no
sabían que las 67 bancas podemistas estaban ocupadas por jóvenes con importante
trayectoria universitaria? ¿No era ésa una revolución suficiente para jaquear
al conservadurismo que, enhorabuena, debió tallar en cobre la foto del
rastafari ocupando su banca, en las narices de Rajoy? ¿No era ése un paso
indispensable para que los villeros pudiéramos llegar a España, ser detenidos
por sudacas en el aeropuerto y tener por fin un micrófono para denunciarlo en
la Cámara de Diputados? ¿No estábamos en eso, hasta la semana pasada, cuando
descubrieron que Iglesias no era un refugiado? ¿No estaban ustedes al tanto de
todo esto, cuando descubrieron que Montero no era una ocupa? Hagamos tantas
autocríticas como sean necesarias, hasta el fondo, desde la raíz.
Pero ésas que calan hondo,
¡no las que diga El País!
Aquí no hemos conocido, en los 14
años que lleva nuestro movimiento, ningún dirigente europeo más humilde y
sensato que Rafa Mayoral, un abogado, sí, un abogado que no necesitó perder su
vivienda para ponerse al servicio de los afectados por las hipotecas, con la
misma sensibilidad que apareció una tarde caminando por los pasillos de la
villa. Toda una delegación de Podemos recorría la Argentina, mientras Iglesias
esquivaba los flashes de cuanto paparazzi se lo cruzaba, porque todos querían
robarle una foto, un saludo, un segundo de fama. Nosotros no queríamos una
foto, queríamos que nos conocieran y entonces vinieron. Vinieron al barrio como
nunca vinieron esos paladines de la ética que tienen sus redacciones a 15
minutos de nuestras cloacas tapadas. Y no vinieron para seguir hablando, sino
para escuchar. Se llevaron puesto nuestro barro, no para usarlo como marquesina
publicitaria, sino para forzar los mecanismos que nos permitieron cruzar el
charco, financiados por ese Parlamento Europeo sectario, racista y
colonialista. Sin corbata, sin bozal, sin domesticar, aparecimos ahí los nietos
de republicanos que sólo conocíamos España por fotos en blanco y negro de
nuestros antepasados, pero también las nietas de bolivianos que todavía padecen
aquel etnocidio presentado como conquista o descubrimiento de otros, siempre a
fuerza de tropa.
Y entonces fuimos nosotros,
los que descubrimos Europa.
Ni el más optimista hubiera
imaginado que algún partido español sería capaz de convertir un piso
parlamentario en un centro cultural, empapelado con afiches de Santiago
Maldonado. Fueron ustedes, quienes nos permitieron hilar nuestras tradiciones
de resistencia con los dedos machucados de las costureras que subsisten en
Elche, mujeres esclavizadas como sus madres, en las condiciones infrahumanas de
una precariedad laboral que las obliga a coser zapatos 12 horas por día, en la
más absoluta ilegalidad. Manos mal pagadas por las multinacionales del calzado.
Y manos malformadas como sus columnas, por esa enfermedad que los propios
médicos catalogan como “el mal de la aparadora”, desprendida de la posición que
soportan desde los 11 años hasta los 70, privadas de cualquier contrato y
cualquier contacto con el sol. Nos hilaron con los agricultores familiares, los
pescadores, los astilleros, las cuidadoras de ancianos. Y nos permitieron
zambullirnos en la economía sumergida de aquella Europa siempre rica, para sacar
la cabeza en Bruselas y arrancarle la careta a una Comisión de Derechos Humanos
que denuncia todos los crímenes cometidos en el universo, ¡menos los europeos!
Ahí mismo, abrimos la Garganta, en
las entrañas de Bélgica, para gritar que no pudimos afianzar la libertad de
expresión aquí, donde los villeros fuimos presos al hacer noticia por mano
propia. Y tampoco pudieron ahí, donde el rapero Valtonyc continúa condenado,
por haber “enaltecido al terrorismo”, componiendo una canción contra la Corona.
Que no pudimos abolir el racismo aquí, donde no son lugareños los dueños, ni
las cervezas, ni los políglotas que atienden los bares turísticos en pueblos
originarios, pero sí son lugareños quienes descargan las papas de madrugada. Y
tampoco pudieron ahí, en ese mismo Parlamento, donde no son negros quienes
pisan su alfombra roja, ni los comensales de sus restaurantes, ni los chefs de
sus platos gourmets, pero sí quienes lavan esos platos. Que no pudimos
garantizar la igualdad de géneros por aquí, donde hay un femicidio cada 17
horas. Y tampoco pudieron ahí, donde los europarlamentarios gozan de impunidad
para soterrar sus repetidos abusos a jóvenes asistentes. Que no pudimos
desterrar la xenofobia aquí, donde los paraguayos deben batallar por su derecho
constitucional a la salud. Pero tampoco pudieron ahí, donde los hijos de
rumanos nacidos en Oviedo no tienen acceso a su identidad, ni a su
nacionalidad… Nunca hubiéramos aceptado viajar para pedirles que resolvieran
nuestros problemas, puesto que ninguna cultura puede curar a otra: fuimos para
denunciar este régimen de la desigualdad, ¡que aquí no ha funcionado ni un
poco!
Y ahí tampoco.
Las villas no tenemos Madre Patria,
lo tenemos muy claro, tan claro como cuántas Patrias Hermanas necesitamos para
liberarnos del silenciamiento global, enganchando una mano de la grieta
horizontal que nos vuelve compatriotas de la Patria Baja en cualquier lugar del
mundo, a todos aquellos que habitamos por debajo de la línea de la pobreza.
Para eso, nos cuidamos a todas y nos necesitamos a todos, tal como aquellas
plazas incandescentes necesitaban esos 62 puntos de imagen positiva que la
empatía de un joven dirigente le aportó a un proceso incuestionablemente
transformador. ¡Y vamos, carajo! España tiene un rey, en serio, ¡un rey tiene! Un
sistema judicial negacionista, un presidente neoliberal y miles de genocidas
libres. ¿De verdad quieren hacernos creer que nuestro enemigo dirige Podemos?
De mínima, aun en la impotencia, aun en la divergencia, por favor no dejen de
observar con particular curiosidad cómo esa polémica transacción inmobiliaria
desgarra la moral de todas sus élites indignadas, aunque sigan embelesadas con
la boda del príncipe Harry que celebraron hasta el amanecer: no van a poder.
Hoy más que nunca, socialistas,
humanistas, progresistas, peronistas, comunistas, idealistas, podemistas, los
necesitamos poderosos, resguardando y acelerando la estampida de los gritos que
aclaman por la vida. Los necesitamos, con ovarios, cojones y contrapuntos,
frente a todo lo que viene.
Los necesitamos juntos,
con Pablo y con Irene.
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