Portada del libro 'Mujeres Radicales del Mundo' |
Artistas, atletas,
piratas, punks... La escritora Kate Schazt y la ilustradora Miriam Klein
recopilan un plantel de mujeres injustamente olvidadas. A través de sus
semblanzas, rellenan con sus voces un relato incompleto de la humanidad.
La historia se las dejó por el
camino. Quizá porque no fueron consortes de, musas de o reinas de. O quizá
porque hicieron de su capa un sayo en un mundo de hombres. Leer historia es,
también, dar un paseo por un mundo hecho de omisiones, sortear un buen puñado
nombres propios que la pluma del cronista decidió eludir. Remendar ese relato
no es tarea fácil, echar la vista a atrás y nombrarlas —de nuevo o por primera
vez— se antoja urgente para vernos, por fin, tal y como somos.
Se trata, a fin de cuentas, de lo
siguiente: “Cierra los ojos y piensa en un pirata. Piensa en un presidente. En
un guerrero en plena batalla. En un pintor célebre. En un programador
informático. En un médico. En un futbolista. En un faraón. Las mujeres de este
libro son todas esas cosas y muchas más”. La propuesta corre a cargo de Kate
Schazt, autora junto a la ilustradora Miriam Klein de Mujeres radicales del
mundo (Capitán Swing), volumen que repasa precisamente algunos de esos
descuidos históricos.
Mujeres tan dispares como potentes
copan este libro; la escritora Chimamanda Ngozi Adichie, la activista Malala,
la astronauta Kalpana Chawla, las artistas Frida Kahlo y Chavela Vargas o el
colectivo de Guerrilla Girls son algunas de esas “mujeres radicales” que Schazt
nos perfila y Klein ilustra. Un trabajo a cuatro manos que nos presenta
cuarenta mujeres extraordinarias de todos los tiempos y lugares; desde el 2.300
aC hasta el 2016 y desde Mesopotamia hasta la Antártida. Una vuelta al mundo de
la mano de un buen plantel de heroínas silenciadas cuyo arrojo y valentía
evidencian que es posible aquello que en su día esgrimió la escaladora japonesa
Junko Tabei—otra de esas desconocidas—: “Nunca tuve ninguna duda de que quería
escalar aquella montaña, sin importar lo que la gente pensara”.
El Colectivo 'Guerrilla Girls' reivindica la igualdad en el arte |
Las primeras olvidadas
“Mi Rey, se ha creado algo que nadie
había creado antes”. Estas palabras pertenecen a Enheduanna, y fueron escritas
hace 4.300 años. Sí, antes de la poeta griega Safo, antes de Confucio, incluso
antes de la epopeya de Gilgamesh encontramos a Enheduanna. Sacerdotisa,
princesa, poeta y profesora que vivió, escribió, reinó y formó parte de la
sociedad más antigua del mundo. Su historia también es la historia del
nacimiento de la palabra escrita y de la civilización tal y como la conocemos.
¿Escucharon hablar de ella?
Y junto a Enheduanna, muchas otras.
Tenemos a la primera y única faraona —Hatshepsut—, que luchó contra viento y
marea por serlo y que, llegado el momento, pasó a la historia por promover la
paz con los pueblos vecinos. Su legado fue arrasado, hasta el punto de que
poderosas mujeres egipcias que la sucedieron, como Cleopatra, no supieron de su
existencia. Otra insigne olvidada por la historia es Hipatia, o al menos no
reverenciada en su justa medida. Nacida en Alejandría, se cuenta entre los
grandes matemáticos, astrónomos y filósofos de su era. En una época en la que
las mujeres estaban en su mayoría encerradas en el hogar y eran consideradas
propiedad privada, la vida de Hipatia fue extraordinaria y rompió moldes.
La opresión continúa
“¿Tienen que estar desnudas las
mujeres para entrar en el MET?”, se preguntaban un grupo de mujeres artistas a
mediados de los ochenta. La impotencia frente a un mundillo copado por hombres
las llevó a una movilización que no dejó a nadie indiferente. Adoptaron los nombres
de mujeres artistas ya fallecidas (como Käthe Kollwitz, Zubeida Agha o Alice
Neel) y ocultaron su rostro tras una careta de gorila siempre que aparecían en
público. “¡Eran las superheroínas feministas del mundo del arte!”, escribe
Schazt en Mujeres radicales del mundo.
No están todas las que son, pero son
todas las que están. Las madres de la Plaza de Mayo y su lucha por averiguar
qué les había pasado a sus hijos desaparecidos; la literatura periférica y
empoderada de Chimamanda Ngozi Adichie, o la el punk rock de una rabiosa y
provocativa Poly Styrene. El elenco de este libro reclama levantar la
maldición, esa que relegó a muchas de estas mujeres a los recodos de un relato
escrito por hombres. “Hay un famoso refrán que dice que la historia la escriben
los vencedores. Estoy de acuerdo, pero también diría que la historia la
escriben los escritores… y yo soy una. Y por eso he escrito este libro”,
escribe Schazt a modo de epílogo. De eso se trata precisamente, de rellenar con
sus voces nuestros silencios.
Juan Losa
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